No todo lo que es literatura ecuatoriana comienza con la llegada del
español y el inicio del proceso del mestizaje, complejo y de ricas
resonancias culturales. Hubo sin duda una literatura anterior a todo
aquello. Era impensable que pueblos que tanto desarrollo tuvieron en lo
económico, social, militar, político y cultural hubiesen carecido de
literatura.
De lo que esas gentes que poblaron los territorios que
serían más tarde la Audiencia de Quito y hoy, aunque tremendamente
disminuidos, son la República del Ecuador carecieron fue de escritura.
Y, al ser la escritura la manera de fijar y trasmitir fielmente las
manifestaciones literarias, esa literatura difícilmente rebasó ciertas
fronteras de espacio y tiempo.
Pero sí las rebasó, porque tuvo maneras de fijarse y
trasmitirse. Los pueblos sin escritura compensan esa carencia con
recursos especiales. Son los de la tradición oral, que también tienen
sus maneras de dar a ciertos textos especialmente valiosos o importantes
la fijeza que les asegure su permanencia en el tiempo y el rebasamiento
de los ámbitos espaciales en que fueron dichos.
Uno es la música. Un texto convertido en canción asegura su
fijeza y trasmisión y puede perdurar, sin alteraciones, largamente.
Otros son recursos estrictamente literarios: el ritmo y el
metro; ciertas imágenes en las que no se puede tocar nada sin
deshacerlas. O los núcleos narrativos y enlaces de una narración.
El cofre en que esos pueblos van depositando lo mejor de sus
sabidurías es el folclor. Ellos lo guardan allí, cifrando esas
sabidurías en cantos y música, pinturas y diseños, esculturas y
cerámicas, narraciones y poemas, adivinanzas y fórmulas sapienciales,
juegos y objetos en que dejaron impresa su marca.
Y el hombre moderno de culturas escritas ha urdido maneras
de sacar esos tesoros. Es decir, de descifrar aquello en esas
creaciones populares cifrado. Esa es la ciencia y arte del folclor.
Indagaciones folclóricas son las que han podido entregarnos
elementos para rehacer la literatura de esos antiguos antepasados
nuestros.
Sería un error anticientífico exigir de esas recuperaciones
el rigor de un códice escrito –que pudiera contrastarse con otros
códices hasta llegar a la versión definitiva, que se suele llamar
“canónica”, de ese texto.
Para penetrar por estos caminos en ese mundo tenemos que
despojarnos de nuestra mentalidad de cultura escrita, y, peor, si
positivista, y sus requerimientos.
hermoso
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